Pésimo estudiante, suerte desmesurada (II)

(Continuación...)

Entro, veo a mi gente, celebran mi resurrección. Repasan nerviosos y pesimistas. Dicen llevarlo mal. Al menos lo llevan. Llega la hora.

Llega el profesor. Reparte. Explica. Silencio y adelante. Miro el papel y sonrío. La gente comienza a sacar sus calculadoras y comienzan a teclear y esbozar sin parar un segundo.

Yo relajado, como nunca antes había estado en un examen, saco mi bolígrafo y comienzo a leer las cuestiones. No necesito calculadora, tampoco sabría usarla, pues no entiendo lo más mínimo, excepto alguna pregunta teórica puesta para que gente como yo no se sienta (sea) humillada.

Todos escriben interminables formulas, con sus respectivas gráficas, y piden uno y otro folio para continuar con sus planteamientos. Yo simplemente leo la pregunta, realizo una estúpida-voleaica deducción y respondo sin miedo, ya ves tú.

Transcurridos veinte minutos mi examen está completamente concluido. Repaso que estén todas respondidas. Confirmado veinte de veinte respuestas. Vaya una jodida obra de arte. Vergüenza me debería de dar...

Para los demás el examen acaba de empezar, para mi ya es historia. Una historia con un final trágico.

Por el respeto de no exhibir mi sabiduría (en realidad por vergüenza) me quedo varios minutos más observando a mis compañeros. Estúpidos subhumanos (como diría wacky), saber que muchos de ellos obtendrán mi mismo resultado.

Aprovecho la osadía de varias personas que se dirigen a entregar su examen para pasar desapercibidos entre ellos. Al entregar mi primitiva de cuatro opciones F, U, C ò K; cada una de las cuales conduce al mismo resultado. Al entregarlo me piden la identificación, por supuesto, no vaya a ser un genio que ha venido a sustituir a un auténtico idiota.

Al salir del aula comenzaba mi larga espera compañeril. Tras hora y veinte de examen ya comienzan a salir algunos alumnos aliviados a la par que inseguros de su ejecución. Me preguntan y comparte soluciones conmigo, yo les digo que pierden el tiempo, yo solo vine para así poder irme.

Tras casi dos largas horas de examen, para mi de espera, la gente sale del examen y compara su taco de folios con los de sus semejantes. Se huele esperanza en el ambiente, pero yo estoy acatarrado. Yo me limito a mirar y sonreír. Me siento libre. Diferente. Inútil...

Al día siguiente recibo una llamada que me informa de que las notas ya están colgadas (¿maravillosa tecnología?). No me preocupo en mirarla, ya la sé (gracias a Dios no existen las notas negativas). Pasan un par de noches hasta que la madrugada del domingo tras un nuevo y espectacular triunfo español, un amigo me recuerda lo de las notas y me dispongo a verlas.

Un jodido 5!! Aquello no era posible. Nadie puede tener tanta suerte y mucho menos yo que soy un puto desgraciao’. España en semifinales y ahora esto, estoy lleno de una plétora emoción. Esto no durará mucho, pero ha sucedido. ¿Qué cojones me pasa? Estoy flipando.

Me río de la gente que tras varias semanas estudiando ha obtenido mi mismo resultado y de los suspensos me compadezco cruelmente (el karma acabará vengándose de mi, presiento que pronto). No hay duda que esta racha de buena suerte vendrá seguida de algo terrible. El mundo funciona así.

Las probabilidades de ganar una quiniela o primitiva no deben de ser mucho más bajas. Y por eso, ahora me arrepiento de haber ido esa mañana a la universidad a presentarme a aquel examen, en lugar de ir a la administración de lotería más cercana.

Quizá ese sea mi castigo, desperdiciar tal cantidad de suerte en algo tan irrelevante como ese examen...

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Karma te estaré esperando,
DaCoX