La razón, ni me falta, ni me asiste.


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martes, 22 de abril de 2008

Sueño IV, 20 de abril 08. "La playa de los rateros"

Un grupo de amigos nos dirigimos calle abajo hacia lo que parece ser la playa de algún extraño lugar. Extraño por sus calles, aceras de cuatro o cinco metros cada una y entre ellas la carretera de tan solo un par de metros.

Por el camino nos encontramos con una ex-compañera que no veíamos desde hace meses. Ella se incorpora a nuestro grupo y se viene con nosotros hasta la playa.

Al llegar a la playa nos acomodamos automáticamente en el primer lugar que vemos. Lo hacemos con total normalidad, pero hoy al recordar el lugar veo que era tremendamente raro. La playa se encontraba al lado de una amplia carretera que había que cruzar inevitablemente para llegar hasta la arena. No existía ningún tipo de frontera entre el asfalto de la carretera y la arena de la playa, directamente pasabas de estar andando por la carretera a estar pisando la playa. Desde donde rompían las olas hasta el asfalto había escasísimos metros de playa (unos siete metros). Pese a no poseer ningún tipo de cerco, acera o cualquier cosa que limitara los dos lugares, había una puerta metálica de barrotes plantada allí en medio entre los dos lugares sin tener el más mínimo sentido.

Estamos ya todos descamisados y en bañador haciendo el gamba por la playa. Nuestra amiga que se incorporó a nosotros durante el camino se separa momentáneamente de nosotros y se va a unos metros de nosotros con un par de amigas.

Mientras tanto nosotros estamos en el agua empujándonos y ahogándonos unos a otros. De repente se levanta un tremendo oleaje de olas de incalculables metros de altura. Comenzamos a tomarlas, chocar contra ellas, bucearlas y saltar por los aires.

Minutos después el mar vuelve a la calma. Salimos del agua cansados por la paliza que nos hemos metido. Cada uno nos dirigimos a un punto distinto de la playa, parece que tenemos cada uno nuestras cosas en un sitio diferente. Mientras me seco veo que a muchos de mis amigos les faltan las cosas. Se las han robado, buscamos por la playa sin suerte. Vuelvo a donde tengo mis cosas y termino de secarme.

Detrás de mí, hablando con sus amigas y mirándome, está mi ex-compañera, está tremendamente buena y además va en tanga. Se acerca a mi, me mira y me besa. Yo alucino. Tras unos segundos apasionados, ella se va hacia el agua a bañarse. Yo me dirijo hacia mis cosas a dejar la toalla.

Cuando miro hacia mi mochila veo a un par de niños rateros que se dirigen hacia ella. Les pego un grito y consigo espantarlos. Pero de repente miro a mi alrededor y veo a esos extraños seres por todas partes; en el agua mirando hacia a mi haciendo gestos inimitables, desde barcos lejos de la costa y por distintos puntos de la playa. Es una especie de invasión ratera. Son de raza negra, pero no parecen humanos, se mueven como animales (a lo Gollum) y están robando todo lo que pueden de la playa con una asombrosa rapidez.

Otro suceso llama mi atención. En el agua detrás de mí, mi amiga, mi royo segundos antes parecía haberse desmayado. Sabía que si iba hacia ella me robarían todas mis pertenencias. Finalmente decido correr en su ayuda mientras los rateros se avalanchan en un suspiro sobre mis cosas y se las llevan. Sus amigas que estaban con ella se apartan y yo la cojo entre mis brazos para después dejarla y correr hacía los bañistas que miraban alterados.

Saco mi móvil del bolsillo del bañador (dando por supuesto que no funcionaria y sin explicarme que hacia ahí metido) y les digo que dejen de mirar y que llamen a una ambulancia. Nadie llama, nadie sabe el número ni siquiera yo. Al final abro mi móvil, que inexplicablemente seguía funcionando, y llamo al número que me indican que es el correcto.

Mientras llamo miro de nuevo al agua y veo que nadie está con ella y que la marea se la lleva hacia dentro, flotando a la deriva. Doy mi móvil a la persona más cercana para que continúe con la llamada y voy hacia el mar.

Nado hasta llegar a ella. Intento acercarla a la orilla pero el mar traga con demasiada fuerza. Ella comienza a hundirse y yo intento sacarla a la superficie, que mantenga la cabeza fuera del agua mientras yo me hundo inevitablemente. Aguanto todo lo que puedo, parece mi fin, por salvarla a ella pereceríamos los dos.

Pero en el último momento alguien la coge y yo puedo subir a la superficie a tomar el aire que evitaría mi muerte. Salgo del agua sin fuerzas y veo como dos o tres personas se la llevan a través de la inútil puerta, después de varios duros intentos para abrirla.

La ambulancia se encuentra al otro lado de la amplísima carretera y hacia allí se dirigen...
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Las tres de la tarde del domingo, es hora de levantarse, ya lo era hace varias horas...

DaCoX

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